5/9/09

La historia de un sable libertador



Antes de embarcarse para América, luego de dejar España para siempre, el entonces Teniente Coronel de Caballería don José Francisco de San Martín adquiere en Londres, seguramente a fines de 1811, el sable corvo que lo acompañaría durante toda su campaña en tierra americana.

La compra del arma, totalmente distinta en sus características a la Espada de Bailén, es índice revelador del espíritu que animaba al futuro Libertador desde el momento mismo del inicio de su nueva gran empresa.

La espada regalada por el Marqués de la Romana, en mérito a su actuación en la famosa batalla librada contra los ejércitos imperiales de Napoleón, era, sin duda, considerada como la del arma conferida en mérito y en tal sentido la debe haber conservado San Martín hasta su entrega al General Borgoño, en Paris, casualmente en el mismo año que confeccionara su testamento en el cual dejaba su sable corvo al General Rosas, como si presintiera ya muy cerca su muerte.

El arma que compra entonces en la capital inglesa es un fiel reflejo de su personalidad. Se distingue por sus severas líneas como por su sencillez, tanto de empuñadura como de la vaina, carente de oro, arabescos y piedras preciosas como gustaban usar entonces los nobles o altos jefes, en sus espadas.

Llevaba implícita, además, la practicidad de su futuro uso, pues estaba presente ya en San Martín el armar a sus escuadrones de granaderos con el corvo que su vasta experiencia guerrera le decía constituiría la mejor arma para decidir la victoria en una carga de caballería, especialmente en aquel tiempo y en aquel característico teatro de operaciones.

La esperanza sobre la eficacia del corvo en mentes lúcidas, corazones valientes y brazos fuertes, se convertirla en una hermosa realidad desde la misma llegada de San Martín a América en 1812, hasta que después de cumplida la hazaña de libertar tres naciones regresa con aquel glorioso sable a la Patria, luego del sublime renunciamiento de Guayaquil.

Retirado el héroe en su exilio voluntario en Europa, desde 1824, había quedado el sable en la que tierra mendocina bajo la custodia de una familia amiga.

Diez años más tarde, en diciembre de 1835, les escribe a su yerno Mariano Balcarce y a su Merceditas diciéndoles: “que si les encargo se traigan es mi sable corvo, que me ha servido en todas mis campañas de América, servirá para algún nietecito si es que lo tengo".

El sable lo acompañó desde entonces en Gran Bourg, primero y en Boulogne -Sur-Mer, después, hasta su muerte, acaecida el 17 de agosto de 1850.

Por carta fechada el 30 de agosto, Mariano Balcarce le escribe a Rosas expresándole, con referencia a la muerte del General San Martín, y de su testamento, lo siguiente: "como albacea suyo, y en cumplimiento a su última voluntad me toca el penoso deber de comunicar a V.E. esta dolorosa noticia, y la honra de poner en conocimiento de V.E. la siguiente cláusula de su testamento: "3ro El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de la América del Sur le será entregado al General de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tentaban de humillarla".

A su vez Rosas, en su testamento, dispone en la cláusula decimoctava: “A mi primer amigo el Señor D. Juan Nepomuceno Terrero se entregará la espada que me dejó el Excelentísimo Señor Capitán General D. José de San Martín (“y que lo acompañó en toda la Guerra de la Independencia”) “por la firmeza que sostuve los derechos de mi Patria". Muerto mi dicho amigo pasará a su esposa la Señora D. Juanita Rábago de Terrero, y por su muerte a cada uno de sus hijos e hija, por escala de mayor edad”.

A la muerte de Rosas, acaecida en 1877, ya había fallecido Juan Nepomuceno Terrero correspondiéndole, conforme a ¡a cláusula testamentaria, la posesión a Máximo Terrero, hijo mayor, y de Manuelita Rosas.

En 1896, el entonces director del Museo Histórico de la Capital, don Adolfo P. Carranza, solicitó por carta a Manuelita Rosas la donación al Museo Histórico del Sable del Libertador.

Con fecha 26 de noviembre de ese mismo año le contesta Manuelita Rosas de Terrero a Carranza, expresándole, en la parte fundamental de su misiva que: “Al fin m¡ esposo, con la entera aprobación mía y de nuestros hijos, se ha decidido en donar a la Nación Argentina este monumento de gloria para ella, reconociendo que el verdadero hogar del Sable del Libertador, debiera ser en el serio del país libertó” requiriéndole, posteriormente, el pedido oficial respectivo para el envío del sable.

Con fecha 20 de diciembre Carranza, conforme al requerimiento efectuado, se dirige por nota oficial a Máximo Terrero, pidiéndole la donación del Sable Corvo del General San Martín.

Con fecha 1ro de febrero de 1897, Terrero contesta la nota oficial al Director del Museo Histórico, expresándole en su parte resolutiva:

“Mi contestación es el envío de la prenda a Buenos Aires, acompañarla de una nota dirigida al Presidente de la República, suplicando a S.E. se sirva aceptarla en calidad de una donación hecha a la Nación Argentina, en nombre mío, de m¡ esposa, de nuestros hijos y al mismo tiempo manifestando el deseo que sea depositada en el Museo Histórico Nacional”.

En la nota dirigida por Máximo Terrero al Presidente de la República, doctor José Evaristo Uriburu, le expresa, en su parte fundamental:

“En virtud de esta solicitud, la presente tiene por objeto ofrecer a V. E. en su carácter de Jefe Supremo de la República, este monumento de gloria para nuestro país, siendo mi deseo donar a la Nación Argentina, para siempre, este recuerdo, quizá el más interesante que existe, dc su valiente Libertador”. “Suplico a V. E. se digne aceptar la ofrenda que hago a ¡a patria en nombre mío, de mi esposa Doña Manuela Rozas de Terrero y de nuestros hijos, y si bien en caso de ser aceptada la donación, nos fuera permitido expresar nuestro deseo en cuanto al destino que se le diera al sable, sería el que fuese en el Museo Histórico Nacional, con su vaina y caja tal cual fue recibido el legado del General San Martín”.

En la misma época, con fecha 25 de enero, se extendió en la Legación Argentina de Londres, a cargo entonces del poeta Luis Domínguez, un certificado donde constan los sellos colocados en la que contenía el sable corvo, en su vuelta de regreso a América y en el que se expresaba:

“y deseando mandarla al Señor Presidente de la República Argentina para que se conserve en Buenos Aires perpetuamente, pide al Ministro de la República que suscribe, que haga poner el sello de la Legación para constancia, y para entregarla así sellada en Buenos Aires".

La caja conteniendo el sable corvo fue embarcada en el “Danube” de la Royal Mail, desde el puerto de Southampton para Buenos Aires, donde fue desembarcada, previo trasbordo desde la corbeta “La Argentina", el día jueves 4 de marzo de 1897.

El día anterior se había expedido el decreto respectivo, por intermedio del Ministerio de Guerra, en el que se expresaba:

“Buenos Aires, Marzo 3 de 1897.

El Presidente de la República decreta

Artículo 1ro: El sable que usó el General Don José de San Martín en las campañas de la independencia sudamericana, remitido al Presidente de la República por el Señor Máximo Terrero, y de que hará entrega el Señor Juan Ortiz de Rozas, se depositará en el Museo Histórico”.

Artículo 2do: La comisión de Jefes nombrados por el Estado Mayor General del Ejército hará entrega de dicho sable al Director del Museo Histórico”.

Artículo 3ro: Comuníquese, etc. Uriburu‑G. Villanueva”.

El sable trasladado desde el puerto fue entregado en el Salón de Ceremonias de la Casa de Gobierno al Presidente de la República, por el Señor Juan Manuel Ortiz de Rozas, en nombre de la familia Terrero. Posteriormente, el Presidente Uriburu lo entregó al Teniente General Donato Álvarez, Presidente de la Comisión Militar designada para tal evento, para que lo entregase al Museo Histórico Nacional.

Poco después, en dicho local, se formalizó el acto de entrega, labrándose el acta, que en su parte de interés, expresa:

“y procedieron a entregar en nombre del Excmo. Señor Presidente de la República una caja, dentro de la que estaba un sable y los documentos que comprueban ser éste el que perteneció al Libertador José de San Martín y que legado en su testamento al General Juan Manuel de Rozas, era donado por su familia a la Nación Argentina, para ser depositado en ese establecimiento”.

Recibido por el Señor Carranza, manifestó que “aquél sería colocado y guardado con la dignidad y atención que merece, como que era representativo de la gloriosa guerra de la emancipación americana”.

Así permaneció el sable corvo bajo custodia del Museo Histórico Nacional desde esa época hasta el 12 de agosto de 1963, en que fue robado por un grupo de delincuentes mediante un golpe de mano, invocando motivos políticos.

Pocos días más tarde, el sable fue recuperado, depositándoselo transitoriamente bajo la custodia del Regimiento de Granaderos a Caballo. En oportunidad de concurrir al Cuartel de Palermo el entonces Presidente de la República, Doctor Guido, expresó:

“Señor Coronel Soloaga, no puede estar en mejores manos la custodia transitoria de esta sagrada reliquia histórica para nuestro país, que en este Regimiento de Granaderos a Caballo”.

Posteriormente, con fecha 17 de agosto de 1964, en virtud de un mandato judicial, se entregó el sable corvo, en sencilla y emotiva ceremonia al Museo Histórico Nacional.

Sin embargo, la serena paz que reclamaba con justicia la reliquia de todos los argentinos, fue quebrantada el 19 de agosto de 1965 al volver a ser robada, por segunda vez, del Museo Histórico Nacional.

Diez meses más tarde volvía a ser recuperada, depositándosela en el Regimiento de Granaderos a Caballo “General D José de San Martín”, donde fue colocada para su guarda y seguridad dentro de un templete blindado, construido al efecto, por donación del Banco Municipal de la Ciudad de Buenos Aires.

Por decreto Nro 8756, del 21 de noviembre de 1967, el Poder Ejecutivo Nacional dispuso su guarda definitiva en el Regimiento creado por el Libertador, el cual expresa:

CONSIDERANDO:

Que corresponde confiar el sable corvo del Libertador al Regimiento de Granaderos a Caballo “General D José de San Martín”, por ser la unidad que creara y la que más íntimamente está ligada, en el sentir popular, a su vida gloriosa.

EL PRESIDENTE DE LA NACIÓN ARGENTINA DECRETA:

Articulo 1ro: Transfiérase al Regimiento de Granaderos a Caballo la guarda y custodia definitiva del Sable Corvo del General José de San Martín

Artículo 2do: El presente decreto será refrendado por los señores ministros del Interior y de Defensa y firmado por los señores Secretario de Estado de Cultura y Educación y Comandante en jefe del Ejército.

Artículo 3ro: Comuníquese, publíquese, dése a la Dirección Nacional del Registro Oficial y archívese.

ONGANÍA, MARIANO ASTIGUETA, GUILLERMO A, BORDA, JULIO RODOLFO ALZOGARAY, ANTONIO R, LANUSSE.

En razón de que en oportunidad de su entrega al Cuerpo para su custodia hubo reclamos de pertenencia del Museo, basados en aspectos legales inexistentes, conviene acotar que la donación efectuada es de las llamadas pura y simple y no con cargo, corno puede desprenderse del estudio del documento de donación.

Si se analiza jurídicamente el legado realizado por Terrero, se puede colegir que lo efectúa "en calidad de una donación hecha a la Nación Argentina, en nombre mío, de mi esposa, de nuestros hijos", según propias palabras y que luego ratifica en la nota al Presidente de la República, agregando que si “nos fuera permitido expresar nuestro deseo en cuanto al destino que se le diera sable, sería el que fuese depositado en el Museo Histórico Nacional”, no constituyendo bajo ningún concepto una dona­ción con cargo.

La mención relativa a la guarda en el Museo Histórico Nacional, que contiene la nota de donación, consigna tan sólo una expresión de deseos de los donantes que de ningún modo impone una obligación jurídica.

Debe tenerse en cuenta que en cualquier transferencia de dominio, la regla es que la misma sea plena, irrevocable e irreversible, circunstancia que hace que cualquier cláusula contraria a esa regla deba ser clara y precisa y que en caso de duda sobre la existencia de un “cargo” la interpretación restrictiva se impone.

En este sentido Salvat, en su tratado de “Obligaciones en General”, página 617, Nro 783, expresa que: “es necesario no confundir el cargo con ciertas manifestaciones de voluntad que no imponen una obligación jurídica", ilustrando ejemplificativamente tal afirmación.

Por otra parte se aprecia la inexistencia de “cargo” alguno en la donación que se analiza. Surge, asimismo, de las propias manifestaciones del donante, cuando expresa que es su deseo donar a la Nación Argentina “para siempre”; expresión ésta que indica que no se hace reserva para pedir en alguna eventualmente la revocabilidad de su donación, lo que de por sí descarta la existencia de un “cargo”.

Finalmente puede señalarse que si a la época de la donación se hubiere interpretado que ella era con “cargo”, lógico hubiese sido que el donante y donatario instrumentasen el acto mediante escritura pública de acuerdo con lo dispuesto en el artículo 1810, inciso 3ro del Código Civil y conforme con la interpretación y alcance que a dicha norma le daba la doctrina entonces imperante.

También corresponde señalar que fue mediante un decreto firmado por el Presidente Uriburu la aceptación de la donación hecha a la Nación Argentina, lo que siendo un acto administrativo puede ser legalmente modificado su guarda por otro decreto emanado del Poder Ejecutivo Nacional.

Fuera de las razones formales y legales existe también una razón espiritual, más fuerte que ninguna, como lo es la consideración de que ese sable corvo fue adquirido y usado como símbolo de mando y ejemplo en la instrucción del Cuerpo de Granaderos a Caballo, del cual fue su creador y jefe el propio Libertador.

La vieja reliquia descansa definitivamente entre los muros del Cuartel de Granaderos, de los mismos que un día llevara a la carga en pos de la gloria y de la muerte, en aras de la libertad de la propia tierra y de las patrias hermanas de América.

Quebracho

Dirección: Ricardo Wullicher
Guión: José María Paolantonio
Fecha de estreno: 16 de mayo de 1974
Actores: Héctor Alterio, Osvaldo Bonet, Juan Carlos Gené, entre otros.

Siguiendo la línea de películas sobre la historia de luchas populares, esta es una que me ha comentado hoy un compañero del hospital F.

Narra la historia de La Forestal, empresa inglesa de explotación del quebracho colorado instalada en la Argentina, desde 1900 hasta 1963, en el norte de la Provincia de Santa Fe y sudeste del Chaco. El quebracho colorado y su principal subproducto, el tanino, eran un bien muy codiciado entre 1918 y 1945 y su explotación se convirtió en eje de luchas políticas y sociales engarzadas con la evolución del sindicalismo.


Está ambientada en la segunda mitad de la década del ‘10, y trata el problema de los hacheros, explotados sin restricciones por los empresarios ingleses, quienes gracias al amparo de los gobiernos provinciales y nacionales, a la ayuda represiva de la policía local y de una pequeña fuerza armada (la "gendarmería volante" o "los cardenales") especialmente formada por la empresa, sometían a los obreros argentinos a condiciones de vida cercanas a la esclavitud. Una película que nos permite revisitar nuestra historia de una manera lúcida e inquietante.

Podemos observar en Quebracho, al igual que en La Patagonia rebelde, el papel fundamental que han jugado las ideas de los inmigrantes europeos referidas al anarco-sindicalismo, en el surgimiento del movimiento gremial.

Tiempos caldeados